EXCURSIONES POR LOS ALREDEDORES
Hasta época muy reciente, el topónimo “Las Montañas de Jaca” se refería al vasto territorio que abarca desde el valle de Ansó hasta el valle de Tena y Ordesa, y que limita al norte con el Pirineo axial y al sur con las sierras de Oroel y Santo Domingo. Así, el propio Miguel de Cervantes escribe en el Quijote: “Dime valeroso joven que Dios prospere tus ansias, si te criaste en la Libia o en las montañas de Jaca”. La prueba es que tanto el partido judicial, como la diócesis se extienden desde Ansó hasta Torla, o desde la Val d’Onsera y los mallos de Riglos hasta Bergua.
El valle del río Aragón ha sido históricamente uno de los pasos más transitados de la cordillera. La relativa suavidad de la orografía y la existencia de la propia ciudad de Jaca fueron las principales razones de los constantes flujos comerciales y de personas que hicieron del Somport la vía preferencial transpirenaica desde tiempos de los romanos. De ahí que su historia se escriba a través de las vías de comunicación que fueron trazadas en cada época: desde el Camino de Santiago hasta la línea internacional de ferrocarril de Canfranc, inaugurada en 1928 y clausurada 42 años después.
La estación internacional es un majestuoso edificio de 241 metros de longitud que se levanta en los Arañones, un estrecho valle que fue completamente modificado por el hombre para albergar el complejo ferroviario. La construcción de la Estación Internacional de Canfranc se inscribió dentro del proyecto de creación de un paso fronterizo a través de los Pirineos que comunicase España con Francia por el túnel del Somport.
La línea tardó 75 años en construirse. A lo largo de su historia conoció momentos de esplendor en los años 30 y durante la Segunda Guerra Mundial, pero el resto del tiempo vivió una permanente crisis por falta de tráfico que culminó en abril de 1970 con el cierre del túnel ferroviario tras hundirse un puente en el lado francés. Nunca se reabrió, aunque es en esta segunda década del siglo XXI cuando todos los actores a uno y otro lado de la frontera parecen decididos a recuperarla.
Al otro lado de la frontera se encuentra el valle de Aspe, uno de los rincones mejor conservados de todo el Pirineo francés. A diferencia del humanizado valle aragonés, Aspe mantiene intactos los paisajes tradicionales moldeados por la economía de montaña basada en la agricultura y la ganadería.
Los pueblos están envueltos en una atmósfera de evocadora paz y silencio y en sus prados es habitual ver pastar a las vacas y a las ovejas. En el valle se sigue produciendo de manera artesanal un excelente queso.
Aspe se reconoce por el intenso verdor de sus montes, la frondosidad de sus bosques y un clima atlántico caracterizado por una intensa pluviometría que contrasta con el mediterráneo de la otra vertiente. Pese a ser vecinos, Canfranc y Aspe ofrecen una diversidad extraordinaria.
En la parte occidental de la comarca de la Jacetania se localizan dos valles de gran renombre: Hecho y Ansó. Ambos son popularmente conocidos por la extraordinaria riqueza de sus trajes y de sus tradiciones, y por la admirable conservación de sus cascos urbanos. Alejados de los principales focos turísticos, los dos valles siguen ofreciendo una naturaleza casi virgen y transmiten una armonía poco común en otros territorios pirenaicos.
Su inmaculado caserío y algunas huellas etnográficas, como su maravilloso traje típico, resumen en buena medida toda la pureza que alguna vez tuvo la cordillera y también toda la esencia que se pretende conservar. Desde las dos localidades se pueden iniciar interesantes excursiones a parajes de inconmensurable belleza como el Valle de Zuriza en Ansó y la Selva de Oza en Echo. Estos dos valles forman, junto al de Aragüés del Puerto, y los de Aísa y Borau, el Parque Natural de los Valles Occidentales.
El vecino valle de Tena reúne algunos de los alicientes más interesantes del Pirineo. Núcleos como Biescas, Panticosa, Tramacastilla de Tena o Sallent de Gállego forman parte de cualquier catálogo de pueblos con encanto de la cordillera. Han sabido mantener su fisonomía tradicional pese a volcarse en los últimos años en la actividad turística fomentada por las estaciones de esquí de ARAMON Formigal y ARAMON Panticosa.
Desde este núcleo podemos acceder al célebre Balneario uno de los complejos termales de mayor tradición de todo el país. Situado a 1.636 metros de altitud en el fondo de una cubeta glaciar, un portentoso circo formado por los picos Argualas, Garmo Negro, Pondiellos, Marcadau, Baciás y Brazato rodea al famoso centro termal. Panticosa tiene seis manantiales con aguas sulfuradas, oligometálicas y radiactivas que son recomendadas para el tratamiento de problemas de la piel, el aparato digestivo y el riñón.
Y finalmente está el Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido, posiblemente uno de los espacios universalmente más conocidos de todo el Pirineo. Fue creado en agosto de 1918 tras la montaña de Covadonga, con el objetivo de preservar uno de los ecosistemas más espléndidos y ricos de la cordillera.
Inicialmente el espacio protegido fue de 2.100 hectáreas pero en 1982 se amplió al macizo de Monte Perdido y toda su zona de influencia con lo que se alcanzaron las 15.608 hectáreas actuales.
Se trata de un formidable entorno natural en el que es posible apreciar todos los pisos ecológicos de la cordillera, desde los farallones de roca en las cumbres hasta los bosques de hayas que tapizan el fondo de los valles.
Las corrientes de agua en forma de cascadas, las fajas y paredes, el inmenso catálogo floral y la extensa fauna de la zona hacen de Ordesa un verdadero paraíso que ha logrado sobrevivir a los múltiples intentos de agresión sufridos durante el último siglo.
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