Jaca modernista
El anhelo de modernidad y progreso que acompañó a la llegada del siglo XX ocasionó en Jaca, como en otras muchas ciudades, el derribo de la antigua muralla. Demolida en 1915, su espléndida silueta con sus robustos torreones quedó plasmada para el recuerdo en las imágenes fotográficas de la época.
Su desaparición inició un proceso de transformación urbana, permitiendo al antiguo caserío fusionarse con las dos zonas de ensanche, al este y norte, que surgen a partir del proyecto diseñado por el arquitecto Francisco Lamolla en 1917, trazando la apertura de nuevas vías a partir de una trama reticular, donde las familias más destacadas de la burguesía local promoverán la construcción de edificios de viviendas acordes con los nuevos tiempos, como sucede en la avenida del Primer Viernes de Mayo concretamente en el núm. 7, con su airoso chapitel neomedievalizante coronando su presencia frente a la explanada de la Ciudadela, en el núm. 5 conocida como la casa Borau con su modernismo geometrizante diseñado por el arquitecto barcelonés Manuel Cases Lamolla en 1926 e inspirado en el movimiento de la Secesión vienesa o, frente a ellas, en las viviendas del núm. 12 con sus aires neobarrocos. Además, también se levantará un pintoresco conjunto de hotelitos con jardín cuyas formas intentaron plasmar, unas veces de manera más modesta y otras más rotunda, los más diversos estilos del momento, desde el modernismo al neorrenacimiento, aunque algunos han desaparecido.
Destacando entre los conservados por su calidad y envergadura la villa, que hoy forma parte de las instalaciones de la Residencia de la Universidad de Zaragoza —sede de los prestigiosos cursos de verano pioneros en España, que comenzaron su andadura en 1927—, en cuya planta superior resalta la gran ventana de original despiece termal, abierta en su fachada que da al paseo de Alfonso XIII, popularmente más conocido como el parque y hoy bajo el nombre paseo de la Constitución, no muy lejos del quiosco de Música, obra del arquitecto Ramón Salas, diseñado en 1903 con un ligero y delicado trabajo de hierro, poniendo una armoniosa nota de color en este espacio de encuentro compartido por jaqueses y veraneantes. Pero no solamente estas nuevas zonas de expansión urbana transformaron el aspecto de Jaca, además el derribo de la muralla originó un proceso de reforma urbana en el interior de la antigua ciudad, destacando el ensanche de la calle Mayor que, durante las primeras décadas del siglo XX, adecuó sus fachadas a la nueva alineación y, de manera paralela, este esfuerzo constructivo se completará con una renovación estética acorde con las modas del momento, de tal manera que los estilos más actuales se combinarán con la sencillez de la tradición popular de la arquitectura de la Jacetania.
Pasear por sus calles permite al viandante envolverse en un atractivo ambiente plagado de pequeños detalles decorativos que invitan a detener la mirada, como sucede en la fachada de la casa ubicada en el núm. 17 de la mencionada calle Mayor esquina a la del Obispo por sus ligeros adornos neogóticos, mientras que en el núm. 20, casi frente a ella, luce el eclecticismo clasicista de la década de los treinta, un edificio en cuyos bajos se cobija la farmacia Borau, que con mimo conserva parte de su mobiliario de época. Sencillos detalles de fundición en las barandillas, delicados trabajos de carpintería en madera de puertas y miradores, zaguanes con pinturas ornamentales y yeserías, que nos remiten a otros tiempos, integran un ambiente que lucha, día a día, por superar la tentación del continuo proceso de renovación en el que se ve inmersa la arquitectura actual.
En esta arteria principal podemos apreciar curiosas fachadas como la del núm. 32, cuyos planos aparecen firmados por el prestigioso arquitecto zaragozano Francisco Albiñana Corralé, inspirada en la arquitectura andalusí de la Alhambra, erigida como domicilio y estudio del fotógrafo Francisco De las Heras, autor de las espléndidas imágenes de comienzos del siglo XX, consideradas hoy un valioso referente para la memoria histórica de la Jacetania.
También llama la atención el caprichoso trazado modernista de la casa colindante, de la familia Abad, cuyas ventanas parecen reflejar formas micológicas seccionadas, acordes con un modernismo que busca sus fuentes en la naturaleza. Unos sencillos diseños unas veces historicistas y otras reflejo del Art Nouveau que, a partir de la calle Mayor, se extienden por otros rincones de la ciudad, como sucede en la casa del marqués de la Cadena, situada en la recoleta plaza de su mismo nombre, donde los motivos florales modernistas descienden por su fachada adornándola, desde los canes que soportan el vuelo de su alero hasta las embocaduras de las ventanas y la forja de las barandillas de los balcones y del mirador.
También el Casino de Jaca, en la calle de Echegaray, de estilo neorrenacentista al exterior, evoca los grandes aleros de los palacios aragoneses del siglo XVI, mientras en su interior se mantiene gran parte de su decoración, mezcla de eclecticismo y modernismo, como así sucede en las portadas y en el mobiliario de algunos comercios.
Más alejado del centro destaca el antiguo Matadero Municipal, dentro del capítulo de la arquitectura industrial, con sus piñones escalonados y sus ventanas termales de original despiece trazadas con la libertad propia del modernismo fabril. Fue proyectado por el arquitecto Francisco Lamolla en 1922 y terminada en 1925.
Realizó también el edificio del Seminario Conciliar, diseñado en 1924 y concluido en 1926, tras el incendio de la antigua sede de la calle del Carmen. Se trata de una interesante construcción eclecticista donde se combina el neorrenacimiento clasicista con detalles neomedievalistas y modernistas, de la que destaca su espléndido patio diseñado a modo de moderno claustro acristalado, novedosa solución adaptada a los rigores del clima de montaña. Los nuevos estilos no sólo se reflejaron en la arquitectura civil, ya que también la religiosa se impregnará de este anhelo de modernidad. Para ello baste recordar el antiguo templete de Santa Orosia, erigido en 1908 y derruido sesenta años después cuando se remodeló la Plaza Biscós.
Pilar Poblador
Historiadora